martes, 9 de octubre de 2012

COMERCIO DE PEDRO DURAN

                                      
                                           Publicidad aparecida en revista del Cristo en 1954

Pedro Durán
Paquetería, coloniales y explosivos. 

De niño vivía en la C/ Arriba, cerca de la iglesia, por lo que mi madre en enviaba a comprar al comercio de Pedro Durán, una tienda con infinidad de productos y también punto de encuentro donde se entrelazaban las vidas de los vecinos. En ella se vendía casi de todo, aunque los productos estrellas venían de la alimentación despachada a granel y en cantidades pequeñas para adaptarse a la falta de dinero de los compradores, con medidas de otros tiempos,  aceite y vino por cuartillos, café y achicoria por libras, chocolate por onzas, ...
Estaba situada al principio de la calle de las cruces, en un local muy pequeño, constaba de una sola habitación, apenas unas decenas de metros cuadrados pero atestada de múltiples existencias atendida por él y su mujer Esperanza. Ambos vestían una bata gris, echando una jornada laboral interminable de lunes a sábado. Con el lápiz en la oreja, siempre a mano para calcular el importe de la compra en un trozo irregular de papel de estraza. En caso de no llevar dinero, se fiaba, apuntando en una libreta el nombre del deudor, que lamentablemente eran muchos pues la vida se desarrollaba en ese ambiente gris de postguerra de paredes desconchadas y el olor penetrante de la escasez y la miseria.

Como los otros comercios del pueblo era oscuro, de día iluminado por luz solar que penetraba a través de la puerta y del ventanal que daba enfrente de la torre de la iglesia, siempre opaco por los artículos expuestos; y de noche, una única bombilla emitía una luz amarillenta, muy tenue debido a sus pocos voltios de potencia.
No recuerdo bien si tenía un suelo de baldosas grises o era de cemento, sobre el que se asentaba el mostrador en forma de arco, de madera, presidido por una báscula “Mobba” de un solo plato siempre oculto por el papel de estraza para envolver el producto pesado. A su lado una vieja balanza, con dos viejos platillos dorados y las diferentes pesas con el peso fraccionado.

Sobre el mostrador destacaba un estante con doce botes de cristal en sus bocas inclinadas hacia arriba de modo que, sólo desde dentro se podía acceder a su contenido, con tapaderas metálicas enroscadas, todos llenos de golosinas: caramelos de anís, los masticables “damel”; un universo de chicles, los exagonales “bazoka”, de color rosa intenso “niña”, de color negro “cosmos”, o los apreciados “dumkin”. Al lado se agolpaban bolindres y repiones destinados para los clientes menudos.

En la parte donde se cortaban los comestibles, chacinas, quesos, embutidos... se notaban los cortes recibidos por el cuchillo a causa de despieces y porciones; al lado, una gran guillotina donde se cortaba el bacalao en salazón
También expuestas, había dos enormes latas de forma circular que contenían pescado en aceite y en escabeche, perfectamente alineados, vendidos por cuartos o por piezas individuales y que, al contener liquido, eran despachados de esta forma, bien la compradora portaba de casa un plato donde llevarlo, o llevarlo envuelto en papel de estraza de forma que el papel absorbiera el aceite.

Junto a estas latas se encontraba igualmente una gran lata de forma cilíndrica llena de mortadela, a la cual se le habría por ambos laterales con el fin de que ésta resbalara cuando el tendero la sacudía, siendo vendida de forma similar al menudeo.
La mantequilla se presentaba en un enorme bloque rectangular, dispensada y dosificada con una pala de madera, era de un intenso color amarillo que desprendía un profundo aroma.
Detrás, una estantería de madera descomunal ocupaba toda la pared tras el mostrador, con huecos tabicados que contenían innumerables tipos de latas en conservas acompañadas de una llave de apertura que tenía en el centro una hendidura destinada a encajarse en la uña de la tapadera que al girar la llave se enrollaba la tapa sobre ella, produciéndose su apertura; disponía también de pequeños cajones con diferentes y olorosas especias, comino, pimienta....

En su parte baja, se ubicaban unos grandes cajones, cada uno con un cazo de lata con el que se cogía el azúcar, café,... las cajas de galletas “maría” y “chiquilin”, tabletas de chocolates “Elgorriaga” expedidas en onzas o libras, leche condensada “La lechera”....
Y mas abajo los sacos que contenían patatas, frijones, carillas, garbanzos, lentejas......Todos ellos productos que se vendían a granel – gramos, mitad de cuarto, cuarto, medios, kilos;  y que en casa había que eliminar piedras y otros seres invitados, antes de ponerlas en remojo.

Finalmente fuera del mostrador, apoyado en las paredes, un “totum revolutum” de productos: sogas, piedras de sal para las caballerías que tenían caldeada la boca, jáquimas, escobas y escobajos, recogedores, zapatillas “Tao”, agujas, hilos, artículos de pesca, jaulas, ...
Cajas de cervezas, botellas de aguardiente y licores varios, botellas de refresco “La Casera” debiendo llevar el casco de vidrio para que te dieran otra, o en su defecto, tener que pagar por el casco. Botellas de vino “Santa Catalina” para abrirles el apetito a los niños y niñas ¡Con alcohol!......
Productos de limpieza como los detergentes “Persil” y “Betis”,  jabón “Lagarto”, lejía “Los tres 7”,.... Cajas conteniendo cientos de cartuchos de caza, fundas para escopetas, cananas.....

                                                                                                      Francisco Sánchez García

11 de octubre de 2012






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