Fila primera: Paco “el dulcero”, Lalo, Luis “Pelusa”, Juanito Romero, Pedro Mari Porro, Pedro Mari “Ratina”, Paco “el de la huerta”.
Llegaba el mes de mayo, hacía tiempo que ya sentías los nervios. Había llegado el Corpus Christi”, día de “La Primera Comunión”, uno de los acontecimientos más esperados por todos los niños, celebrando una fiesta con familiares y amigos en la que tú eras el protagonista de aquella vida en blanco y negro.
No había una edad determinada para hacerla, podías tener entre 6 y 10 años, todo consistía en asistir a la catequesis que impartían el cura y los maestros respectivos. El cura se llamaba don Antonio Herrera y los maestros eran don Manuel Ordóñez, don José María, don Ángel Sánchez y don Francisco Casablanca. Cuando éstos estimaban que habías adquirido los conocimiento y las oraciones básicas como el Padrenuestro, el Ave María, el Credo y la complicada Salve, estabas en condiciones de recibir el sacramento de la confesión y comulgar por primera vez en misa.
Primera comunion de Manuela Gil
La catequesis se daba los jueves por la tarde. Aprendíamos religión de aquel catecismo donde venían dibujadas las historias bíblicas: Dios poniendo a prueba para ver si Abraham amaba a su hijo Isaac más que a Él; el niño, que preguntado por San Agustín, le comunicaba su intención de entrar todo el agua del mar en un hoyo hecho en la arena de la playa; Guzmán el bueno entregando el puñal, al jefe de los musulmanes, para que matara a su hijo antes que renegar del catolicismo y entregar España.....
Los niños y las niñas hacían “La Primera Comunión” por separado. Los trajes que llevábamos dependían mucho de la situación económica de cada familia, no es como ahora que todos tiran la casa por la ventana. Los trajes de los niños podían ser de corto, para después utilizarlo cada domingo, o los tradicionales trajes de almirante, marinero o monje. En el caso de las niñas sucedía lo mismo, pero casi todas vestidas de blanco o de monja. La gran mayoría de estos trajes eran heredados de hermanos, primos y vecinos solidarios, es decir, algunos de ellos ya habían hecho más desfiles que la cabra de la legión.
En primer plano José Manuel “santibañez”, Manolo “el sordo”, y Alonso “patilla”.
Fila derecha: Miguel María
Sesma, Juan Pedro, Pepe “el del paro”y Camilo.En mi caso, fui vestido con ropa de domingo y con unas sandalias blancas irrompibles de la marca “gorila”, que ni el tiempo ni las patadas al balón lograron romper, se tiñeron de marrón, después de negro y cuando me comenzaron a quedar pequeñas, mi padre que ejercía de zapatero, las metió en la horma... he de decir que descansan aún impecables en un armario )
Acompañaban a la vestimenta, un libro con pastas de nácar con letras en blanco y roja (no conozco a nadie que lo hubiera leído), y algún regalo como una cadena de oro o el primer reloj, pues a partir de este momento te considerabas lo suficientemente mayor para que el tiempo marcara las horas de tu vida.
Día del Corpus, gran misa solemne en la Parroquia.
Había llegado el momento estelar, en fila y en silencio nos acercamos al altar
y alargamos la lengua, ¡nada de risitas¡, recibíamos la hostia consagrada a la
que no debíamos morder y ni mucho menos meter el dedo en la boca para
despegarla del paladar.
Después se daba un recordatorio a la familia,
indicando el nombre, la fecha y la iglesia en la que había tenido lugar la
celebración
La fotografía del grupo en blanco y negro, nunca
mejor dicho “una y única”, entonces no se hacían reportajes fotográficos o
vídeos a todo color, era realizada por el fotógrafo local Miguel Vargas.
Tras la ceremonia de la iglesia
venía otro momento esperado: “el banquete”. Celebrado de forma comunal entre
todos los protagonistas del día, en un “Mac´ Aula” de grupo escolar Pío XI. Los
niños sentados en los pupitres, comiendo el chocolate con churros, los maestros
catequistas, los padres y hermanos alrededor de ellos, pero sin probar bocado.
Alguien grita: ¡Por favor, no mancharse¡. Los trajes había que devolverlos o bien ya tienen destinatarios el año que viene
Francisco Sanchez García
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