LAS AGUADORAS
Hasta 1972 no comenzaron las obras de acometida del agua
corriente en las casas particulares, hasta ese momento, había que desplazarse a
los diferentes pilares, grifos y fuentes a por ella.
No
tener agua corriente obligaba a realizar el pesado trabajo de su transporte, convirtiéndose en una obligación
diaria. Todas las
mujeres realizaban esta tarea varias veces al día, ya fuera el ama de casa o sirvienta,
provistas de cántaros de barro o de hojalata, más tarde, garrafas de plástico.
A cualquier hora del día en las calles siempre había un
continuo deambular de mujeres acarreando agua. Algunas, como equilibristas de
circo, llevaban un rodete de tela en la cabeza para transportar los cantaros y
así hacerle más fácil la carga. Otras lo llevaban al cuadril, y si el
desplazamiento era mayor, se utilizaban burros como animales de carga.
En verano, antes de la madrugada, cuando aún no había
salido el sol, ya se escuchaban los pasos y murmullos de las mujeres por las calles. Cuando apretaba el
estío había que pasar la noche esperando el turno para el llenado de cántaros y
garrafas. Y cuando el pilar de “las monjas” y el grifo echaban un hilito de
agua, obligaban a marchar hasta el depósito del agua situado a unos tres
kilómetros de la población.
Los viajes se hacía una y otra vez hasta recolectar en
cántaros el agua necesaria el agua necesaria para cocinar, bañarse
y lo que hiciera falta en sus hogares cada día; sin importar la lluvia,
el sol, su trabajo seguía sin quejas, recorriendo varios kilómetros
diariamente.
Eran momentos de saludos y charlas donde se
“chismorreaban” los pormenores de lo sucedido en la localidad, de disgusto
cuando un cántaro se hacía añicos y de risas para todas las demás.
También estaba
la figura de la aguadora como profesión, su trabajo consistía en acarrear agua
para las familias pudientes, llevando enormes cántaros de arcilla o de
hojalata, percibiendo la cantidad que
hubieran estipulado con sus clientes previamente
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