El cine de Don Luis Sánchez del Villar, situado en la Plaza España, se inauguró en 1952, y tal acontecimiento se anunció en el Diario Hoy el 23 de septiembre de ese año y decía así:
“Ha sido inaugurado en esta villa un magnífico teatro propiedad de nuestro querido amigo, Don Luis Sánchez del Villar. El plano de tan bellísimo inmueble se debe al arquitecto Don Luis Morcillo, y su construcción al renombrado maestro de Don Benito, Don Eugenio Quintana.
De moderna estructura se conjugan en este hermoso teatro la esbeltez de su arquitectura con sus airosas líneas. Dotado de elegante bar, sala de fiestas y amplias terrazas hacen que sea sin duda alguna uno de los mejores teatros de la provincia. Felicitamos al señor Sánchez del Villar que tan alto ha sabido poner el nombre de esta villa
Asistir al cine por menos de dos pesetas, con descanso para ir a comprar pipas y, si se podía, tomarte una “mirinda”, era lo máximo que podía aspirar cualquier niño del pueblo. El cine nos permitía viajar, aunque fuera imaginariamente, pues no teníamos más horizonte que el “lejío”, la zona de baños de Guadiana o las plazas del pueblo.
Tu madre te vestía de domingo, te daba dos pesetas, corriendo te dirigías a la plaza, mirabas los fotogramas expuestos en “la cartelera”, te asomabas a la ventanita de la taquilla, al Sr. Quico “el marajá” le pedías la entrada, el Sr. Martín “Talega” te las cortaba, salías corriendo a buscar un buen sitio donde sentarte, esperar la señal de las luces al apagarse…. y oír el tenue sonido del proyector cuando estábas muy cerca.
La proyección tenía dos descansos para cambiar de bobina, pero aparte de eso, al estar las películas muy repasadas, las proyecciones se cortaban cuando más interesante estaba, entonces todo el mundo empezaba a silbar y abuchear al maquinista, el señor Antonio Farrona, toda una vida entre rollos de películas, máquinas de rebobinado, pegamentos de empalmes y carteles de la Metro Golden Mayer. Además, con la vista llena de indios, vaqueros, romanos, gladiadores, viquingos, ganster, y guapas mujeres.
La sesión comenzaba con el noticiario completo del Nodo, una especie de telediario que emitía noticias sucedidas hacía varias semanas o meses, donde se hacían alabanzas al régimen de Franco, las victorias europeas del Real Madrid, etc. A continuación salía el león de la Metro y todos comentábamos que la película era muy buena, pues el león era sinónimo de calidad.
Las películas se clasificaban por rombos. Las de dos rombos eran para mayores de edad, donde las imágenes o escenas consideradas “escabrosas”, algo así como besarse o darse un “achuchón” estaban todas censuradas y cortadas. Si por casualidad alguna escena de éstas se emitían, levantaba un coro de silbidos en las filas delanteras, donde se ubicaba la chiquillería.
Los cines han cambiado, pero las sensaciones que dejan las películas vistas en la infancia no se olvidan con el paso del tiempo. Recuerdo especialmente las de romanos: “Espartaco”, “Maciste”, “Los Macabeos”, “David y Goliath”; las de pistoleros: “Los 7 magníficos”, “La muerte tiene un precio”, “Por un puñado de dólares”, “El Álamo”; las españoladas: todas las interpretadas por Joselito, Rocio Dúrcal o Marisol, “Botón de ancla”, “Del rosa al amarillo”.
Pero había dos temas estrellas. Las películas de kárate interpretadas por Bruce Lee que te marcaban “a fuego”, pues una vez vista, te dirigías a casa a hacerte unos “luchacos” y durante días te pegabas con todo bicho viviente que estuviera a tu lado, dando patadas a todos los muebles y volteretas hasta desnucarte.
Y por otra parte, las películas de “Tarzan”, con lo que pasabas todo el verano haciendo su grito por las esquinas del pueblo, esperando que otro, en la misma situación de aburrimiento, te contestara con el mismo grito. O como me pasó a mí, en la hora de la siesta, colgarme de una cuerda boca abajo, simulando una “liana”, hasta que me rompí la cabeza. Muchas fueron las grapas con las que me cosió Don José Manuel el médico.
El cine de verano
Con la llegada del tiempo caluroso, del cine de verano situado en la C/ Estación y propiedad de este mismo señor, con su paredes encaladas, su pantalla gigante, sus sillas y mesas de madera, el suelo de tierra, las picaduras de mosquitos, el revolotear de mariposas de noche, el cri-cri de los grillos, las salamanquesas en la pantalla.....
En la calle, Quico “el dulcero” y Antonio Mendoza “Canesú” tenían su puesto de chucherías y helados en el que la gente compraba el “avituallamiento” antes de la película. También despachaba altramuces la Sra. Amelia.
La entrada se hacía a través del bar, los muchachos que no tenían dinero para entrar, ¡que eran muchos¡, se pasaban toda la tarde con una navaja haciendo un agujero a una puerta falsa de madera, situada casi enfrente de la pantalla, con el fin de ver la película. ¡Lo que hacía la necesidad¡. La otra alternativa era esquivar a Martín “Talega” que se pasaba la noche luchando contra aquellos que intentaban colarse.
En fin, que en las butacas de los cines de Don Luis se ha escrito parte de la vida de mi pueblo.
Francisco Sánchez García